Como suele decir mi amigo Alfredo, "a mí el fútbol me importa tres carajos, pero soy de Quini". Esta frase describe perfectamente la extraordinaria naturaleza del delantero ovetense. Su enorme talento nunca le nubló el juicio. Siempre fue un hombre sencillo en el trato, a pesar de ser uno de esos pocos jugadores tocados por la varita, con los que suele simpatizar hasta el menos forofo. Exactamente el tipo de pelotero que no abundaba, precisamente, en los años en que le tocó vestir de corto cada domingo.
El Brujo practicaba un fútbol lleno de magia en una época gris, aún oprimida por la sombra de una dictadura que acababa de morir. Quini fue un diamante brillando en lodazales llenos de óxido y carbón. Un guaje que tomó por costumbre animar las tardes en El Molinón y en tantos otros estadios de la geografía española con la humildad de un chaval de pueblo. La del que no presume de nada y es mejor que todos los demás sin restregárselo después por la cara.
Los orígenes de Quini
Siendo el mayor de tres hermanos, su familia pronto abandonó Oviedo y se instaló en una vivienda cerca de Avilés. Una de esas casas para trabajadores de Ensidesa que todavía siguen en pie, formando poblados en los que el tiempo parece haberse detenido a mediados del siglo pasado. Pequeñas villas trazadas sobre una cuadrícula y que, hoy por hoy, muestran poca sofisticación y aún menos futuro, pero que un día estuvieron llenas de vida y trajín. En el poblado obrero de Llaranes transcurrieron muchas infancias de hijas e hijos de obreros asturianos; entre ellas la de Quini.
Enrique Castro (Oviedo, 1949) fue aprendiendo a jugar al fútbol en los campos embarrados del colegio Salesianos. Cuando le tocó hacerlo en La Carbonilla, salía embadurnado de polvo negro hasta las cejas. Jugar en La Toba, en cambio, le pareció una experiencia fantástica por poder pisar un terreno con césped, cosa que empezó a ser habitual cuando, aún de juvenil, engrosó las filas del Club Deportivo Ensidesa. Allí se hizo notar y alcanzó las categorías inferiores de la selección española, pero no le quedó más remedio que rechazar una oferta en firme del Oviedo por decisión de su padre. Eran otros tiempos; la i griega de cemento no existía aún y la distancia entre Avilés y la capital suponía entonces un engorro para el día a día familiar.
Pase al Sporting de Xixón
La llegada de José Luis Molinuevo al club siderúrgico cambió para siempre el destino de Quini. El técnico bilbaíno, de dilatada carrera profesional, lo recomendó encarecidamente al otro gran club de la provincia. De golpe y porrazo, El Brujo se convertía en nuevo jugador sportinguista el otoño de 1968. Así daba comienzo una larga era en la que se acabaría erigiendo en el gran ídolo de los culos moyaos. Quini volaba, más que corría. Era una mente preclara entre las tinieblas. Quini era el Batman de una Asturias post-industrial.
Comenzó a despuntar de forma fulgurante en El Molinón, ascendiendo al equipo como máximo goleador de Segunda. Continuó ganando varias veces el Trofeo Pichichi con el club en Primera y, cuando el Sporting descendió a Segunda años después, llegó el ofertón del Barça. Los catalanes, liderados por Cruyff y Neeskens, querían incorporar al asturiano a toda costa, pero la directiva rojiblanca hizo valer el antiguo derecho de retención y no dudó en rechazar los 50 millones de pesetas que había sobre la mesa.
Fichaje por el Barça
El bueno de Quini se vino abajo al ver pasar ese tren, pero continuó rindiendo a buen nivel. Cuatro años más tarde, pudo liberarse de aquel cautiverio burocrático y firmar como blaugrana, con casi 31 años, pero aún motivado profesionalmente por el hecho de poder irse a un grande. Lo que no sabía el genial delantero al dejar aquella 'prisión' era que acabaría metido en otra poco tiempo después. Tras unos meses vistiendo la elástica culé, era secuestrado al término de un partido contra el Hércules, entrenado entonces por nuestro querido Arsenio Iglesias. El pobre Quini fue un blanco fácil por ser una estrella de la liga con un estilo de vida corriente. Actuaba como la persona de a pie, sin lujos ni seguridad, como si la cosa no fuese con él. Iba solo a recoger a diario a sus hijos y a su mujer, con la que llevaba casado desde la etapa de juvenil. Y aquel primero de marzo, sucedió la tragedia.
El secuestro de Quini
Dos individuos lo forzaron a entrar en una furgoneta a punta de pistola, y lo recluyeron en un zulo ubicado en medio de Zaragoza. Las autoridades pudieron localizar al jugador tras negociar la información con un banco suízo que alojaba la cuenta donde se debía ingresar el rescate. Quini fue liberado en un torbellino de expectación mediática. Toda la prensa hizo pública su reaparición al día siguiente, mostrándose visiblemente afectado por el trance que, en pocas semanas, se había convertido en una verdadera cuestión de estado.
Sin embargo, al conocerse la identidad de los delincuentes — dos hombres de mediana edad en paro—, El Brujo decidió retirar la denuncia y trató de olvidar lo sucedido. Es más, rechazó la indemnización que el juez les impuso pagar a la víctima por tenerla cautiva en el zulo durante 25 días. Y al poco de recuperarse de aquello, volvió a ser el que era. Ganó 5 títulos con el Barcelona, incluyendo la Recopa de Europa de 1982. Un par de años más tarde anunció su retirada del fútbol, aunque se replanteó la decisión para finalmente acabar disputando tres temporadas más en su Sporting. El hábil delantero, criado al calor de los altos hornos, cerraba una carrera profesional que pudo —seguramente— haber sido más exitosa.
Sus números en clubes y selección
Dejó 219 goles en Primera, siendo uno de sus máximos artilleros históricos. Pero su trayectoria en la selección española no hizo justicia a la calidad que atesoraba El Brujo. Comenzó con una importante victoria internacional en categorías inferiores, pero no llegó a eclosionar con la sección absoluta. A pesar de su innegable talento, obtuvo únicamente 35 convocatorias, jugando 24 partidos como titular, y teniendo muy pocos minutos en la Euro de 1980 y los mundiales de 1978 y 1982.
Ni el fútbol ni la vida en general trataron demasiado bien al asturiano. Poco después de retirarse, fallecía heroicamente su hermano Jesús en la playa de Amió. Pero continuó con su vida, como siempre hizo cada vez que sufrió un revés; como después del secuestro. Quini trabajó hasta la jubilación para el Sporting, actuando las veces como delegado de campo y siendo con los demás el buen chaval de siempre. El mismo que salió de los campos de carbonilla de Llaranes.