Xa choveu, que se diría. A pesar de los 30 años que han transcurrido desde entonces, hoy recordaba el trofeo Teresa Herrera de 1993; el primero de los que pude ver en el estadio de Riazor. Me llevaron mis tíos y mi padre, y no contaba más de 12 añitos.
El cartel que traía el torneo era impresionante, y a la presencia del anfitrión se sumaban las de los dos protagonistas de la anterior Copa Intercontinental. El São Paulo de Telé Santana y el Barça de Cruyff, el del famoso Dream Team, habían sido los dos finalistas en Yokohama pocos meses antes.
La final más importante del mundo entre clubes se repitió en aquel partido veraniego disputado en Coruña, del cual se quedaron fuera el Deportivo —eliminado en semifinales a mano de los culés,—y el otro invitado de aquella edición, la SS Lazio de Dino Zoff.
Grandes mitos en los banquillos
Los cuatro equipos participantes estaban dirigidos por auténticas leyendas del fútbol. Si aquí teníamos a Arsenio y en Barcelona estaba Cruyff —con tres balones de oro a sus espaldas— los romanos habían contratado al mítico Dino Zoff, guardameta de la selección italiana que tuvo el privilegio de levantar la Copa del Mundo en España, cuando contaba ya casi 41 años y era el veterano capitán de la Squadra Azzurra.
Telé Santana y la Brasil del '82
Precisamente fue durante el mundial del Naranjito cuando se hizo mundialmente conocido el entrenador que traía el Sao Paulo. Telé Santana ya no era futbolista por aquel entonces, sino seleccionador nacional. El equipo que articuló en su primera experiencia mundialista será eternamente recordado como la Brasil de los Cinco Dieces.
La canarinha del 82 bailaba al son que marcaban los Zico, Sócrates, Cerezo, Falcão y Éder. Una orquesta de primeros violines en la que también estaban el lateral Júnior y Roberto Dinamite, delantero que inspiró el personaje de Roberto en Captain Tsubasa, la serie que todos los niños de los noventa conocimos bajo el título de Campeones.
El Gazza de la Lazio parecía en declive
Aún así, recuerdo el jugador que más me impresionó aquel fin de semana era un auténtico sinvergüenza. No estaba en el equipo brasileño ni en el catalán. En las filas del conjunto laziale podías encontrar el nombre de Paul Gascoigne, héroe caído del fútbol inglés, que se estaba convirtiendo en una vieja gloria un pelín antes de tiempo. Lo que más me llamó la atención desde mi asiento en Preferencia Inferior fue verlo calentar antes del primer partido, exhibiendo una barriga bien importante.
La FIFA impuso como norma jugar con la camiseta por dentro del pantalón tras el mundial de Estados Unidos, y al bueno de Gazza no le hicieron ningún favor. También recuerdo su coletilla torera y lo hábil que parecía dando toques entre rondo y rondo. Sus párpados a media asta difuminaban su mirada en el infinito. Entrenar al ritmo de los demás no iba con él. Gascoigne parecía estar por encima del bien y del mal, como si se tratase de una estrella de rock 'n' roll. La fotografía bajo estas líneas ilustra perfectamente esto de lo que hablo.
Empanadas gigantes y botas de vino
La otra imagen que quedó grabada a fuego en mi retina tras el torneo fueron las meriendas en la grada. Peñas enteras atiborrándose con bocadillos, vino y empanadas kilométricas, alguna de las cuales llevaba escrito un recordatorio hecho con masa en la parte superior. Y todos sabemos lo difícil que es sustraerse al embrujo de una Torre de Hércules dibujada con tiras de pan.
El Teresa Herrera solía ser una fiesta, un evento mucho más interesante por los acontecimientos sociales que un puñado de partidos de fútbol de pretemporada. Aquella experiencia significó un antes y un después para un crío de 12 años que nunca había entrado en un estadio de fútbol, y todavía es capaz de sacarle una sonrisa cada vez que se le viene al recuerdo, más de tres décadas después.
El IIL Teresa Herrera se lo llevó el Barcelona
Si los blaugrana habían eliminado previamente al Dépor, el todopoderoso São Paulo hizo lo propio con la Lazio. Ambos gigantes iban a reeditar la final que habían jugado en Yokohama unos meses antes, en la final intercontinental que se llevó también el Barça. Esta vez, el aliciente fue ver debutar a Romário en España, junto a los Laudrup, Stoitchkov, Guardiola, Nadal, Ferrer, Koeman, Zubizarreta, Bakero y compañía.
El fichaje do Baixinho tardó poco en reivindicarse y Romário hizo el gol de la victoria en la final, ante figuras como Dinho, Ronaldão y Rogério Ceni. El el cuadro paulista fallaron muchos titulares aquel torneo. Además de Leonardo y Raí, figuras internacionales, tampoco estuvieron Cafú, Doriva, Muller, Vítor, Palhinha o Toninho Cerezo.
Gazza se fue con las manos vacías
Dos horas antes de aquello, se jugaba el partido de consolación entre Deportivo y Lazio. A pesar de contar con Marchegiani en la portería, Aaron Winter en mediocampo y una dupla letal en ataque —Signori & Casiraghi—, el club romano se vio superado por el anfitrión, donde aún empezaban a rodar las nuevas incorporaciones del mercado estival. Jugaron Donato, Paco, Alfredo, Manjarín y Pedro Riesco por primera vez ante el que iba a ser su público en los años venideros.
El encuentro terminó con empate tras los goles de José Ramón y Casiraghi, siendo decisiva la tanda de penalties. Gazza se iba de Riazor sin rascar nada en el aspecto deportivo, pero consiguiendo, pese a su monumental bandullo y las melenas de jicho, impresionar para siempre a un niño de Preferencia Inferior.