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George Best, el Quinto Beatle


Muchas de las referencias a la irrepetible figura de George Best (Belfast, 1946 - Londres, 2005) van mucho más allá de lo meramente futbolístico. Habremos de tener en cuenta que no versan sobre un deportista cualquiera, sino sobre una celebridad que trascendió de lo deportivo a lo global. La leyenda del Belfast Kid se extendió mar adentro e influenció incluso a culturas poco afines al balompié, al tiempo que se iba convirtiendo en una especie de ídolo maldito. No son pocos los nostálgicos que, dentro y fuera del Reino Unido, siguen considerando a Best como la criatura más fantástica a la que jamás hayan visto pisar un campo de fútbol.

Los inicios en Irlanda

Criado en el distrito de Cregagh, dio sus primeras patadas a un balón en los campos y calles al pie de Woodstock Road, la arteria que conectaba al barrio con el centro de Belfast. Al ser descubierto en 1961 por Bob Bishop, uno de los ojeadores de Matt Busby en la zona del Ulster, fue invitado a probar con el United a la temprana edad de 15 años. Por aquel entonces, George Best era un chico tímido que vivía con sus abuelos, y el trajín de Manchester se le hizo poco llevadero. Volvió a casa dos días después y parece ser que el propio Busby tuvo que viajar ex profeso a Belfast para convencer al joven jugador, que ya era considerado un genio entre la red de scouts mancunianos.

George Best, el Quinto Beatle

Su irrupción en el primer equipo llegó en 1963, y pronto se hizo uno de los favoritos de la grada. Su condición innata de extremo puro y su tendencia obsesiva al gambeteo y la provocación hacia sus rivales enganchó a un público que tardó poco en apodarlo el Quinto Beatle. Cada vez que tocaba el balón había expectación. Un murmullo inundaba Old Trafford cuando Best recogía un balón para iniciar una contra o recibía cerca de la frontal. Todos aguardaban inquietos ante la certeza de que algo maravilloso iba a ocurrir en los próximos segundos. Georgie sacaba un conejo dentro de su chistera en cada balón, en cada jugada.

La Santísima Trinidad del United

Su asociación con Dennis Law y Bobbie Charlton fue imprescindible para forjar la leyenda de aquella United Trinity que cambió la historia del club. Los tres fueron galardonados con sendos premios Ballon d'Or en esa década que catapultó a los equipos británicos al éxito internacional por primera vez. Su recuerdo aún está presente en la ciudad gracias a una estatua que inmortaliza al tridente que ganó las ligas del 65 y 67 para levantar poco después la Copa de Europa de 1968. Tres mosqueteros que pusieron al United en un lugar de privilegio dentro del fútbol continental, que ya no abandonaría nunca en los años venideros. Aún a pesar de haber atravesado alguna que otra crisis institucional en las transiciones de un proyecto a otro, el legado de aquel tridente divino sentó las bases para que Sir Alex Ferguson, tres décadas después, devolviese la corona europea a los red devils.

Champions y Balón de Oro en una temporada

El Chico de Belfast se había ganado de pleno derecho ser considerado una pieza clave del club en campañas anteriores. Pero aquella temporada 67/68 su fútbol rayó a un nivel estratosférico, haciendo cosas nunca vistas con un balón entre los pies. Regateaba hasta a su propia sombra y definía como pocos pese a no tratarse de un nueve puro. Entrar con el balón en la portería tras desarbolar a una defensa entera, dar pases mientras se ataba los cordones de la bota o volver sobre sus pasos para seguir humillando a un defensa al que acababa de dejar sentado eran sólo algunos números dentro del gran show con que George Best agasajaba a un respetable rendido a sus encantos. Eran los años dorados de su vida deportiva.

El declive futbolístico y el adiós a Old Trafford

Los años fueron pasando, y el diestro jugador fue perdiendo su pico de forma progresivamente. Hacia 1973, su bajón físico era algo ya evidente, e incluso varios sectores de la grada comenzaron a pitarlo. Le recriminaban a su estrella un visible aumento de peso, al tiempo que no perdían ocasión para dejarle caer cuán alto precio pagaba por sus excesos nocturnos. Tras diez temporadas promediando números de escándalo, su bajo rendimiento se hizo insostenible en Manchester. Decidió retirarse a una liga menos exigente y probó con el Jewish Guild de Johannesburg.

Sudáfrica, Irlanda y la NASL estadounidense

La aventura en el país del Appartheid duró cinco jornadas y, después de aquello, George Best comenzó a dar tumbos por divisiones menores del fútbol inglés e irlandés. La incipiente NASL —North American Soccer League— fue la mejor opción para reflotar su carrera y su cuenta corriente. Las altas fichas que se pagaban y el cartel de algunas de las estrellas internacionales que llegaban año tras año para apurar sus últimos años de fútbol profesional. Best seguía siendo un reclamo dentro y fuera del campo, y en los Estados Unidos lo recibieron con los brazos abiertos. Allí se encontraría con los Pelé, Cruyff, Müller y compañía.

 

La vida de Bestie no fue fácil


La vida en Los Angeles

No había mejor escaparate para George Best que las palmeras de Sunset Bulevard y el sol de California. Comenzar una nueva vida cerca de Hollywood, meca del celuloide, fue probablemente una estrategia por si su carrera futbolística naufragaba y no volvía a recuperarse. Pero lo hizo, y sus 15 goles con los Aztecs le valieron una oferta del Fulham, en la segunda categoría del fútbol inglés. Allí realizó una razonable primera campaña, marcando 8 veces en 37 participaciones. Pero el siguiente curso apenas tuvo una influencia notable en el equipo. Entonces alternó algunos partidos en Londres con otros para Los Ángeles Aztecs y Fort Lauderdale Strikers.

Edinburgo, San José y Brisbane

Hacia el verano de 1979, el habilidoso extremo norirlandés contaba ya 33 primaveras. Surgió la posibilidad de irse al Hibernians, y repitió fórmula saltando el charco de vez en cuando para jugar con los Earthquakes. En Escocia no pudo evitar el descenso, pero con los tejanos alcanzó promedios goleadores que recordaban a los de su juventud. Durante el mundial del Naranjito se especuló con su participación en el torneo. Irlanda del Norte estaba clasificada para la fase final, sin embargo George Best llevaba sin acudir a una convocatoria desde 1977, y no parecía probable que alguien lo llamase. Se difuminaba así la única oportunidad que tuvo de disputar una Copa Mundial. Había llegado demasiado tarde, y ese mismo verano el jugador decidió probar en Australia.

El final de una leyenda

La etapa con los Lions y la posterior en Bournemouth no consiguieron revivir al veterano delantero, que decidió colgar las botas al cumplir los 37 jugando un último encuentro con el Tobermore de su tierra natal. La fama que aún disfrutaba en Inglaterra lo llevó a ser comentarista de la BBC, y allí acuñó para la posteridad varias de sus célebres frases. Los problemas con el alcohol se agravaron en los noventa y, tras un transplante de hígado, el ex-futbolista continuó bebiendo hasta que su organismo tiró la toalla. George Best se despedía del mundo un 25 de noviembre, hace ahora veinte años, con un durísimo 'Don't die like me' desde una camilla del Cromwell Hospital.

La vida privada de George Best

Si hay un jugador cuyo mito haya superado a la figura futbolística, ese es el de Bestie. Su timidez le hizo volver a casa de sus abuelos cuando el United ya lo había fichado como nuevo proyecto de futuro, y fueron las juergas nocturnas y las fiestas de sociedad donde aprendió que es más fácil desinhibirse después de unas copas de vino. El salario que percibía cuando ya era una figura en Manchester rondaba las 3.500 libras esterlinas semanales. Unos emolumentos ridículos en comparación a los de las actuales estrellas, pero absolutamente disparatados en aquella época. Sumando eso al aspecto de hombre bien parecido que lo caracterizaba, el irlandés tardó poco en convertirse en divo también de los clubs nocturnos.

Sex n' drugs n' rock and roll

El desenfreno con el que salía de rumba sólo era comparable a su presencia en los tabloides amarillos de sociedad, que tenían en Georgie a la gallina de los huevos de oro. Sus escarceos e infidelidades con modelos, actrices y cantantes famosas lo llevó a la primera plana de la prensa británica con demasiada frecuencia. 'Me gasté mucho dinero en alcohol, mujeres y coches rápidos; el resto, lo desperdicié' fue la famosa salida de Best al ser preguntado a cerca de si sentía arrepentimiento por tanto desfase y haber dilapidado fortunas de dinero al tiempo que aceleraba su declive como  deportista.

Lo de Gascoigne, Beckham, Pelé y Miss Universo

Siendo ya comentarista en la BBC, un compañero requirió su opinión sobre la mezcla de talento y vida nocturna de un entonces jovencísimo Paul Gascoigne. La genial respuesta de Best fue reconocer que 'es muy buen jugador, pero a mí no me llega ni a los cordones de la botella'. Cuando Beckham saltó a la palestra heredando su 7, se pronunció diciendo de él que 'no sabe usar la zurda, ni cabecear, ni defender y tampoco marca muchos goles; aparte de todo eso es muy bueno'. Su chispa ante los micrófonos no desmerecía la que mostró siendo jugador, y de su boca salieron cosas como 'todo hombre sueña con acostarse con Miss Universo y yo lo he hecho con tres' o 'si hubiese nacido feo nunca habríais oído hablar de Pelé'. 

La dualidad del mito y el humano

Sobre su figura se hicieron dos películas, una de las cuales no llegó a estrenarse. Inmortalizado en estatuas, murales y libros, el Belfast Kid es parte de la cultura popular de las islas. Sigue siendo un referente habitual en lo futolístico, pese a que sus años de gloria fueron en la década de los 60. Únicamente Ryan Giggs fue, a juicio de muchos, el proyecto de futbolista más interesante en el Reino Unido después de George Best. Sin embargo, tuvo que hacer frente a sus adicciones y demonios personales. Su vida nocturna generó una estela de divorcios interminable y una ex-mujer suya llegó a decir de él que 'era un chico encantador, pero cuando bebe se convierte en el mayor pedazo de mierda que he conocido jamás'.

El icono de los alocados años sesenta

Pocas cosas fueron comparables a la fama de George Best. Coronado por la prensa como el Quinto Beatle, su dimensión y calado entre el público queda patente al ver en vídeo la final de aquella Champions del 68. Un murmullo generalizado inunda las gradas cada vez que recibe una pelota. Sus hechuras y facilidad para el dribbling en carrera recuerdan por momentos a las de Leo Messi, sólo que 40 años antes. Su magnetismo al entrar en cualquier pub de la ciudad superaba al de cualquier estrella de rock. Un talento innato y una figura irrepetibles que, de no haber sido por la llamada del lado oscuro y autodestructivo, habrían hecho buena la afirmación aquella de 'Maradona Good, Pelé Better, George Best'.